Sevilla tiene mucho que contarnos. Cada rincón está repleto de leyendas y misterios. Sus muros son testigos silenciosos del paso del tiempo. Siglos de historia que recorren cada arteria de esta milenaria ciudad. Arquitectura, literatura, artesanía, gastronomía, tradiciones… Todo un conjunto de cualidades que hace que sea uno de los destinos más aclamados del mundo. Tengas o no la suerte de haberla vivido con los cinco sentidos, en esta sección vamos a pasear y perdernos por sus callejuelas para escuchar más de cerca todo lo que tiene guardado. Por algo había que empezar, y en esta ocasión lo haremos relatando cinco curiosidades, que para muchos serán desconocidas, pero que seguro lograrán despertar el interés y deseo por conocer más sobre esta enigmática ciudad.
Los “vítores” de la catedral de Sevilla.
Hace algunos años, la limpieza de las paredes de la catedral de Sevilla sacó a la luz una extrañas inscripciones que hasta entonces se mantenían ocultas en los laterales de la calle Alemanes y de la avenida de la Constitución. Enormes letras, símbolos y números de un color rojizo que rápidamente despertaron el interés de todos los sevillanos. Aunque no hay un consenso sobre su origen, sí que parecen ser los abuelos lejanos de las modernas pintadas callejeras.
Fijándonos en este jeroglífico, podemos ver algunos nombres nítidos, como el de Don Alfonso García o Don Melchor. Estas señales son denominadas “vítores” y podemos encontrar casos semejantes en otras ciudades españolas. Parece que nuestros antepasados lo usaban para homenajear la figura de alguien y, tanto es así, que han perdurado hasta el día de hoy.
«Quien se fue a Sevilla, perdió su silla».
Seguro que en más de una ocasión has escuchado esta expresión tan popular. Este dicho se utiliza cuando hablamos de la pérdida de alguna posesión por el abandono momentáneo de la misma. De primeras, es curioso ver que el uso que hacemos de este refrán sea incorrecto, pues la enunciación originaria es «quien se fue de Sevilla, perdió su silla». De generación en generación, su empleo se ha extendido. Lo hemos tomado como nuestro y, por eso, además de modificarlo, quizá nunca te hayas planteado su procedencia. Pero tiene su explicación y, para conocerla, debemos remontarnos al siglo XV, durante el reinado de Enrique IV.
En dicha época hubo una sonada confrontación entre dos arzobispos, tío y sobrino respectivamente, cuyos nombres responden a Alonso de Fonseca el Viejo y Alonso de Fonseca el Mozo. El sobrino, recién nombrado arzobispo de Santiago de Compostela, le pidió ayuda a su tío para restablecer las revueltas del reino de Galicia. Durante ese periodo, él mismo le sustituiría en el arzobispado de Sevilla. Restablecida la paz en la diócesis gallega, Alonso de Fonseca el Viejo quiso recuperar su cargo, pero se encontró con la desagradable sorpresa de que su sobrino se negaba a devolverle su silla. Hizo falta la intervención del papa Pío II para que finalmente cada uno volviera a su arzobispado original. Tanto revuelo se formó, que la historia ha llegado hasta la actualidad en modo de refrán.
Las huellas de la estatua de Aníbal González.
La Plaza de España es, sin lugar a dudas, uno de los enclaves con más encanto del mundo. Desde su creación, no hay persona que al verla no se haya emocionado debido a su majestuosidad. Y en honor a su creador, se alzó una estatua conmemorativa de Aníbal González en sus inmediaciones. Aparentemente es completamente normal, pero si nos fijamos bien, encontraremos las huellas de tres pequeñas manos en la superficie del bronce. Verlas no es tarea fácil, pues solo están al alcance de los más observadores.
La razón por la que están ahí se debe a que en 2010 el Ayuntamiento de Sevilla organizó un concurso para la creación del monumento y los ganadores fueron dos escultores, Manuel Nieto y Guillermo Plaza, y el arquitecto Manuel Osuna. El mismo año en el que acabaron dicha obra, casualmente los tres tuvieron un hijo. Suficiente motivo por el que quisieron dedicar este espacio a su paternidad. Las manos pertenecen a Guille, Irene y Alejandra. Tres niños que para siempre quedarán ligados a uno de los más célebres sevillanos. La próxima vez que visites la Plaza de España no dudes en pararte a buscarlas.
El archivo de Indias, 9 kilómetros de documentos.
Quizá no sea tan conocido como sus monumentos vecinos, pero en Sevilla también se encuentra el Archivo de Indias. Un centro documental que guarda las memorias más asombrosas y misteriosas de la ciudad, ya que centraliza en él toda la documentación relacionada con las posesiones de España y el Nuevo Mundo entre los siglos XV y XVI.
Entre las piedras de la originaria Casa de la Lonja, hay muchos siglos de historia e incontables secretos por descifrar. Posiblemente nadie ha tenido lugar a leer todos los documentos que hay en el Archivo de Indias. Y de momento, creo que este privilegio no está al alcance de nadie. No es que no haya interés, es porque, ni más ni menos, dicen que hace falta más de cien vidas para poder leer todos los archivos que allí se hallan. Dicho de otro modo, si colocásemos todos los materiales que allí se conservan, medirían un total de 9 kilómetros de distancia. ¡Todo un lujo al alcance de todos!
El significado de las cadenas de la catedral.
Rodeando la catedral de Sevilla, hay 157 columnas que se conectan entre sí por gruesas cadenas de hierro. No pasan desapercibidas para nadie. Y aunque ahora parezcan un simple ornamento, en sus inicios no lo fueron. Se tratan de un legado del siglo XVI. Por entonces, coexistían diferentes órganos de justicia y, de todos ellos, la justicia ordinaria era la que más fama tenía de mano dura. Razón de más por la que todo el mundo intentaba evitarla a toda costa. Para eludirla, el procedimiento habitual era ampararse al “derecho de asilo”.
Esto parece sacado de una película, pero, por entonces, era bastante común ver cómo se aplicaba este principio legal. Gracias a él se impedía a los alguaciles entrar en los espacios sagrados para detener a los supuestos delincuentes. Sin embargo, no era tan sencillo delimitar la frontera que separaba a la jurisdicción eclesiástica de la civil. Así que, para acabar con esta problemática, en 1562 se colocaron las cadenas que cercan la catedral. Y de paso, con ellas, solventaron otro inconveniente. Estas se aprovecharon para evitar la entrada a los mercaderes que negociaban en las escalinatas y los días de lluvia entraban en el templo con los caballos y los carros para seguir con sus tratos. Está claro que, en muchas ocasiones, la solución más sencilla es la más óptima.
¿Te ha parecido interesante? Pues estas son solo algunas de las muchas historias que nos tiene preparada la ciudad. Y como adelantábamos, desde aquí, iremos contando todas y cada una de ellas. Sevilla tiene mucho que contarnos. Vamos a ponernos cómodos para escucharla con atención.